Estaba abrumado con el trabajo. Llevaba un día fatal. Terminó como pudo un expediente, y pensó en darse un ligero respiro. Pero tenía que comer en poco tiempo.
Entonces
recordó que muy cerca había un bar que ofrecía a buen precio ¨Platos del día”.
También recordaba que allí le parecía haber visto un letrero con la sugerente
inscripción “Nueva cocina. La cocina del
siglo XXI”. Se decidió a ver qué era eso.
Entró, y pidió
la carta. Ante su sorpresa sólo había un “Plato del día”. Su asombro fue en
aumento al ver, en primer lugar, que el nombre del plato era extenso, y después
que no entendía absolutamente nada. Todo era una gama de palabras, de las que
muchas de ellas no le decían nada.
El texto
decía:
“PLATO ÚNICO
DEL DÍA:
1.- Complejo
esencialmente proteínico
desnaturalizado, rico en grasas saturadas e insaturadas, colesterol,
conteniendo varios microelementos (fósforo, calcio, hierro y zinc) y varias
vitaminas del grupo B entre otras.
2.- Una
ensalada rica en betacarotenos y flavonoides, con un contenido notable de
potasio, pequeñas cantidades de vitaminas y elementos minerales, y aderezado
con ácidos linoléico, propiónico y oléico, ácido acético y cloruro sódico.
3.- Se sirve
con una porción de una mezcla, horneada, de hidratos de carbono, grasas,
colesterol, fibra alimenticia y sodio”.
El pobre
comensal no salía de su asombro, pero ¡era la hora de comer y no tenía otra
opción! Así que optó por probar esa mezcla de cosas raras que parecía más bien
una comida para perros. Se encomendó a todos los santos y pidió el “Plato del
día”.
Ya desde lejos
estuvo observando al camarero. Venía con una bandeja y un posible plato bajo
una cubierta con asa. Estaba impaciente, nerviosísimo, repiqueteando los dedos
contra la mesa. No sabía si ensalivar la lengua o dejar paso al pavor que le
dominaba. Finalmente, el camarero puso la bandeja en su mesa, levantó la cubierta y, ¡oh, milagro! ante él
había “un filete de ternera a la plancha con una ensalada de tomate, y un trozo
de pan”. Ante su cara de estupefacción
y algo de alivio, el camarero le explicó: “Señor, al igual que en las recetas
se dan los ingredientes uno por uno,
nosotros hemos decidido enumerar los verdaderos componentes químicos de cada
alimento. Es la nueva visión de la cocina del futuro. De esta forma, se sabe
exactamente lo que verdaderamente come el cliente. Así que ¡Buen apetito!”
Poco a poco le
fue volviendo el color, y para reponerse del susto, pidió una cerveza. El camarero cuando se la trajo le dijo: “Su
composición se la daré otro día. Así tendrá más emoción”.
A los pocos
minutos el comensal volvió al trabajo completamente satisfecho por haber
entrado con éxito en la comida del siglo XXI, y ¡por poco dinero!
Por: El alquimista molecular
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